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VIAJE HACIA LA TRANSFORMACIÓN
Saltar con la decisión de llegar hasta el fondo.
Pocos se han atrevido a permitir que la Vida entre, que les perfore y abra el corazón para poder entrar en él, con coraje y resolución, para navegar en los abismos del Ser, dónde habita nuestra Esencia. ¿Te atreves a entrar?
Siempre pensé que los buceos más bonitos eran los de menos de seis metros de profundidad. Ahí es dónde está toda la variedad de vida marina, los colores, el movimiento, la aventura y la seguridad de saber que, en menos de seis metros, puedes volver a la superficie con poco riesgo de haber ido demasiado lejos, sin tener que imprimir ninguna cautela para volver al mundo exterior que conoces bien. Es entrar y salir, bajar y subir.
En realidad, hay mucho más por explorar. A partir de los 18 metros de profundidad, se va reduciendo el color, el silencio se hace eterno, estertóreo, la respiración adquiere una nueva cualidad, puede ser escuchada dentro de las propias entrañas y la quietud te atrapa en su ensueño. Entre la superficie y uno mismo, está la muerte, mil muertes de toda la vida que se va dejando atrás según se desciende hacia la profundidad abismal del océano.
Este es un símil de lo que nos ocurre en la vida misma, la posibilidad de quedarnos dando vueltas en lo que parece profundo, pero no lo es, perdiéndonos la maravillosa sensación enteógena de llegar hasta el final.
¿Qué sucede cuándo nos adentramos más allá de esos 18 metros, tras lo cuál la remontada ya no puede realizarse sin total y absoluta consciencia? ¿Qué nos encontramos en ese lugar entre el todo y la nada, cuándo aún no vemos el fondo y la superficie quedó tan alejada de la realidad del presente?
El Vacío. En ese espacio de silencio, dónde todo lo conocido quedó lejos, y todo lo nuevo aún no llegó, encontramos el preciado regalo del Vacío.
El Vacío de lo desconocido.
El Vacío del misterio.
El Vacío de la incógnita, pulsando con sus infinitas posibilidades.
El Vacío del lienzo blanco inmaculado dónde todo y nada confluyen bailando al son de la misma historia.
En los primeros seis metros, puedes realizar una hermosa y vívida visita turística; según traspasas la barrera de los 18 metros, empiezas a fusionarte con el vacío de la vida, Una conexión con la nada que habita de igual manera en mi como en la existencia.
EL ETERNO VIAJE DEL SER.
Esto es bucear dentro del propio Ser. Un viaje hacia lo desconocido, en el cuál el único pasaporte es la Confianza, el único Destino es el Misterio y no hay más vehículo que tu propio corazón, tu espíritu, tu esencia pugnando por liberarse de todo aquello que ya no vibra con la cadencia del Amor.
Al leer estas palabras, podría parecer que el Destino es un lugar al que se decide ir, una destinación que se elige voluntariamente, como quién elige dónde va a aterrizar un avión. Los destinos son varios, pero sólo uno es el Destino del Ser. El destino al que vamos encaminados casi todos, es el destino del condicionamiento, de lo que hemos recibido y no recibido de nuestros padres, de nuestro entorno, guiado por la aceptación y el rechazo, preso en la dualidad. Un destino en el que todavía pensamos que podemos decidir, en el queremos controlar el puerto de salida y el puerto de llegada.
El Destino al que te lleva el Misterio de la Vida es otro. Uno en el que TÚ eres totalmente libre de la cárcel del tener que decidir. En el que TÚ tienes la oportunidad de liberarte de todas las formas en las que TÚ creías que debían suceder las cosas, de todos los resultados que TÚ pensabas debían ocurrir, guiados por la culpa y el miedo. Porque TÚ no eres tu Ser, TÚ eres todo lo que te has creído que eras.
En este Destino sólo necesitas dejarte caer, dejar que la semilla diseminada por la Existencia reciba toda la abundancia de quién la creó. Es fluir en el río de la confianza, es vivir en el Destino al que ya habías llegado en el momento de tu nacimiento. Es volver al origen.
Muchos buscan liberarse de sus cadenas, pero quieren que suceda a su manera, respetando su ritmo, su momento. Pocos, ante la incertidumbre, tienen el coraje de decir “Que no quede nada” Que no quede nada en mi, tal y cómo me he conocido hasta ahora; que no quede nada de lo que no tenga que quedar. Entregando a la Vida la decisión de lo que se va y lo que se queda. No serás tú el que decides ni la manera, ni el momento, ni el ritmo, ni las consecuencias.
No se puede saber cuándo llegará el momento de la oportunidad de liberación de aquello que no es. No se puede saber la forma en la que llegará, no se sabe si será dolorosa o placentera, porque no se puede saber que lugar del Yo estallará en mil pedazos, añicos que ya no se podrán reconstruir de la misma manera jamás.
Para el que haya firmado un contrato de sanación, para el que ya haya tomado el billete del viaje hacia la evolución interior, la ambiguamente mala noticia es que el momento llegará.
Mejorar ya no será suficiente, el cambio quedará como algo operativo, anecdótico. Ante el momento cumbre en el que todo vuela por los aires, sólo puedes déjate caer. No abras el paracaídas, no busques la red de seguridad. Toda medida preventiva corre el riesgo de postergar lo que ya es inevitable: tu propia transformación, la vuelta al origen de tu esencia, de lo que siempre fuiste y te olvidaste ser. La caída es la reconexión misma a tu propia naturaleza divina. Disfrútala, a pesar el vértigo y la vertiginosidad.
Tú Ser está emprendiendo un viaje eterno, un viaje de retorno, un viaje que ineludiblemente llegará a su destino; no puedes hacer nada por detenerlo, sólo puedes posponerlo artificiosamente, con mucho esfuerzo, con mucho autoengaño y resistencia a ver.
Pocos son los que se han atrevido a meterse dentro del río de la vida, por lo tanto, no podrán llegar al océano de la eternidad. En el río está el ruido, el fluir, el movimiento; en el océano está la profundidad de la quietud, del silencio, de la nada. El viaje se realiza desde la angostura y limitación del río hacia la vastedad del océano.
“Vida, antes pensaba que dabas y quitabas con igual sabiduría; ahora que lo he comprobado sé que sólo puedes Dar, que tu propia esencia no te permite hacer otra cosa más que darme todo lo que necesito, en cada momento.
Ahora sólo puedo devolver”
Laura Torrabadella